El Abuelo

- Buenas noches, puntual como siempre.
 
Una nube de humo proveniente de un puro coronaba la escena. Un hombre mayor sentado en un sofá orejero rojo. Aparentaba unos 80 años. La luz que desprendía la chimenea permitía distinguir vagamente sus rasgos. Todavía mantenía el pelo aunque había perdido su color castaño original dando paso a un blanco extremadamente brillante. Su tosco y arrugado rostro denotaba que el anciano había tenido una vida intensa. Parecía cansado.

Una figura negra apareció detrás del anciano. A pesar de su aspecto antropomorfo, no era humano. Tenía una altura de más de dos metros pero iba encorvado. No se movía, sin embargo su cuerpo parecía deformarse constantemente. Era como un flan gigantesco.

- Ya sabes que nunca me retraso. ¿Qué tienes para mi?- Su voz era ronca, muy ronca, pero por momentos se agudizaba. Podría decirse que su cuerpo y su voz se deformaban de la misma forma.

- Míralo tú mismo. Están en el baño.

La figura se desplazó hasta la puerta de lo que parecía ser el baño. No caminaba, simplemente se desplazaba. Atravesó la puerta.

-  ¿Dos perros y una treintañera?- La figura había vuelto a materializarse al lado del abuelo. - ¿Te estás riendo de mi?

-  Es todo lo que he podido conseguir, tengo miedo de que alguien empiece a sospechar algo. No es nada fácil conseguir niños.- El miedo se reflejaba en los ojos del anciano, parecía haber envejecido 10 años.

- Por esta vez no te lo voy a tener en cuenta. Dale gracias al bebe que me trajiste la última vez.- Con un rápido movimiento, el ser oscuro se colocó delante del abuelo. – Ya sabes como funciona esto. Dentro de 14 días regresaré. Espero que para la próxima vez tengas algo mejor. Es tu última oportunidad, espero que cumplas.-

Y desapareció. El hombre se quedó sentado en su sillón. Su rostro estaba empapado por las lágrimas que no paraban de brotar.

 

-  Te deseamos todos, cumpleaños feliz.- Las risas y los aplausos llenaban la casa.


Dos horas más tarde solamente quedaban en la casa el anciano del puro y una chica de aproximadamente cincuenta años.

-María, cariño, estoy muy cansado. No puedo seguir con esto.- Su voz estaba temblorosa. En las últimas dos semanas había sufrido un deterioro muy visible.

-  No te preocupes Luís. Es normal que estés cansado, poca gente llega a tu edad, por no decir nadie. Descansa y mañana vengo a comer contigo, seguro que te encuentras mejor.

- No lo entiendes. Hoy es mi última noche.- El claxon de un coche interrumpió la conversación.

-  Me tengo que ir abuelo, no te preocupes de verdad. Mañana a las dos estoy aquí.

 

Se despidieron con dos besos. Cuando la mujer salía por la puerta pudo escuchar como su abuelo empezaba a llorar. También le pareció escuchar un débil “Lo siento”.

Al montar en el coche, un sentimiento extraño la invadió, pero la voz de su hijo la devolvió a la normalidad.

-  Mamá, ¿Por qué es tan viejo el abuelo? Yo también quiero vivir 115 años.

- Cariño, es muy difícil llegar a esa edad. Tu abuelo es una excepción, aunque espero que sea genético.

La conversación se distanció del abuelo dando paso a temas más triviales.

 

-Papá, ¿estás bien?- No había respondido al timbre, además la puerta estaba abierta. María empezó a asustarse. Cuando llegó al salón se encontró a su padre sentado en su sillón orejero. No se movía, no respiraba, estaba muerto. Tenía una pequeña libreta entre las piernas. María la cogió temblando.

En la primera página sólo estaba escrito “POR FAVOR SEÑOR, PERDONA MIS PECADOS”. Al leer esto, dudo por un momento seguir leyendo, pero la curiosidad venció al miedo. Ella sabía que la edad de su abuelo no era normal, pero ahora empezaba a asustarse. Tenía pánico a la verdad.

Cuando pasó de página se encontró ante si una lista de nombres, la edad y una fecha al lado. La lista tenía como primera fecha el 14 de marzo de 1960. La distancia entre fechas era siempre de 14 días. No sabía lo que había hecho su abuelo, pero lo que si que tenía claro era que no era tan bueno como parecía. Siguió ojeando distraídamente la libreta. De repente un horror repentino la invadió. Matías, pensó. Era su hijo. Había desaparecido sin dejar rastro hacía casi un año. Sus ojos apenas parpadeaban mientras se acercaba a la fecha de la desaparición de su hijo.


Cayó de rodillas.

-Tú eras viejo, él tenía toda la vida por delante.- Apenas podía hablar. Lloraba demasiado.

 

 

-  Oye Papá, ¿Por qué la abuela María es tan mayor?

-  Eso mismo me pregunto yo cariño, su abuelo también lo fue, espero que sea genético.

 

 

 

 

 

 

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