Rober el durmiente

No lo podía creer, llevaba media hora en el espejo intentando que cesara el picor.

Sentía que era muy por debajo de la piel, así que, con un pequeño corte de su navaja pudo introducir un bolígrafo desde el lagrimal del ojo hasta la base de la mandíbula. La sangre no se hizo esperar, salpicando el espejo, los ojos del chico y se dejó resbalar por la boca hasta el pecho.

 

Una mujer de mediana edad abrió la puerta.

 

-          Arriba, arriba, se te hace tarde- Encendió la luz- Vamos, es tarde

 

Hizo caso, perezoso.

 

-          Ya voy mamá- Chascó la lengua- Joder..

 

El corazón le explotaba en el pecho, se desperezó, salió de la cama, descalzo, se miró en el espejo y suspiró, ni rastro del corte, avanzó a oscuras por el pasillo hasta que resbaló, cayó al suelo embadurnado de un líquido viscoso; al encender la luz vio toda la sangre, su madre salía de la cocina con un hacha en la mano y la cabeza de su padre en la otra.

 

-          ¡¡¡ Mamá !!! ¡¡¡ Noooo!!! – Gritó

 

-          ¿Qué haces ahí parado? – Su padre le hablaba desde el marco de la puerta de la cocina con los brazos cruzados – Vamos que estás pasmado hombre.

 

Como si despertara de un sueño, todo volvía a ser real, o mejor… normal.

 

Desayunó rápido y se despidió de sus padres.

 

Al montarse en el coche notó una presencia, una sombra en el asiento de atrás, se giró… y nada, nadie. Suspiró, se miró en el espejo retrovisor y se sonrió.

 

-          Ánimo que es viernes – Se dijo en voz alta.

 

Sus ojos negros como el carbón se clavaron en él, la sonrisa diabólica le deformaba la cara y dejaba entrever unos dientes puntiagudos.

 

-          Rober – Aquel ser traspasaba su mente – Muere.

 

-          Rober, Rober – Dos palmadas – Tío que estás en la parra.

 

Dos rápidos parpadeos, Juan, su compañero de trabajo estaba a punto de dar otra palmada delante de su cara.

 

-          Perdona, Juan, tío, no me encuentro demasiado bien hoy

-          Jajaja – Rió Juan- No hace falta que lo digas. Anda, tira que viene el encargado. Y vamos para el sótano que hay que empezar por allí.

-          Juan

-          Dime tío

-          Que no quiero bajar – Rober suspiró- Es que… no se, joder, que tengo miedo.

-          Jajjajajaj  y yo – Dijo Juan- Anda tira tú o te tiro yo por las escaleras.

 

El sótano resultó ser un lugar oscuro, lleno de sombras, sombras llenas de personas de ojos oscuros y sonrisas diabólicas que querían arrastrar a Rober.

 

-          Tío, tío, pásame el martillo – Juan estaba de rodillas- Date prisa, que se nos va el día.

 

-          Por favor abre la boca y tómate la pastilla.

 

-          ¡¡¡ Quien coño eres!!! – Gritó Rober- ¿Qué estoy haciendo aquí?

 

La enfermera sonrió al tiempo que le ajustaba las correas con más fuerza.

Rober tiró con los brazos pero no le sirvió de nada, estaba inmovilizado. Agitó la cabeza y respiró hondo para calmarse.

 

-          ¿Dónde estoy? – La pregunta le murió en la garganta al ver que las sombras se abatían hacia él.

 

El martillo estaba ensangrentado, Juan estaba en el suelo con un charco de sangre alrededor de su cabeza destrozada.

Rober parpadeó, se volvió y subió las escaleras del sótano.

 

-          ¿Eres capaz de superar tus miedos?, o mejor, ¿impedir que tus miedos se incorporen a la realidad?

 

La luz le devolvió a la realidad, le molestaba pero mantuvo los ojos abiertos, el médico avanzó un par de pasos, se inclinó sobre la cama proyectando su sombra sobre Rober.

 

-          ¿Dónde estoy? – Preguntó Rober

-          En un psiquiátrico

-          Pero.. ¿por qué?

-          Eso deberías saberlo tú- respondió el médico-

-          Le juro que no se nada

 

El médico suspiró, se puso las manos en la cintura y arqueó la espalda, del bolsillo de su bata sacó un pañuelo y se limpió los labios.

 

-          Tu madre abandonó tu casa y no dejó a nadie encargado de tu medicación. Decapitaste a tu padre, conviviste con el cuerpo durante una semana y su cabeza la conservaste en la nevera. Unos días después acabaste con la vida de tu compañero de trabajo y esa misma mañana fuiste detenido, desnudo, embadurnado de sangre, tirado en un polígono industrial.

 

El médico hizo una pausa, se volvió a pasar el pañuelo por la boca y negó varias veces con la cabeza, parecía intentar buscar las palabras adecuadas.

 

- Llevas cuatro años y medio con las alucinaciones, no se cuanto tiempo te mantendrá esta nueva medicación en estado de lucidez.

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