Souvenir


- Por favor, relate los hechos de forma clara. Tómese su tiempo, no tenemos prisa.- Dijo el juez con voz grave.

 

Todo empezó muy lejos de aquí, concretamente en Túnez. Debe comprender señoría que no estoy loco. Evite declarar algún tipo de enajenación mental como sentencia ya que estoy totalmente cuerdo. Soy totalmente consciente de lo que hice y quiero pagar por ello. Además prefiero estar encerrado, ya que se que volvería a hacerlo.

Dicho esto, continúo con los hechos. Como comentaba, todo empezó en Túnez. A mi mujer al principio no le parecía buena idea. Le preocupaban los niños. Una vez allí, estuvo todo el viaje encantada. Túnez la cautivó. Puede decirse que a mi también. Un día decidimos acercarnos a la Medina de Hammamet. Nos habían hablado del regateo, de la cantidad de cosas que se podían encontrar. Parecía un lugar divertido. Tras varias tiendas visitadas y varios regateos, decidimos marcharnos. Antes de irnos, entramos en  una pequeña tienda que había al lado de la salida. El local estaba repleto de artículos, digamos, peculiares. Bolas de cristal, amuletos de formas inconcebibles, espadas, cuchillos.  Había incluso algún animal disecado que otro. El ambiente era húmedo y oscuro. Rápidamente una espada llamo mi atención. Al principio el vendedor no quería vendérmela, pero un buen puñado de dinares le hicieron cambiar de opinión.

Cuando volvimos a España coloque la susodicha espada colgada encima de la televisión. El tipo de la tienda me dijo que era muy poderosa, igual así vemos gratis la tele digital bromeé con mi mujer.  Aquel tipo tenía razón, la pena es que no conseguí ver el digital.

Una semana después de nuestro regreso, todo había vuelto a la normalidad. Mi mujer y yo trabajábamos y los niños iban al colegio. Yo volví a mi vieja costumbre de trabajar por la noche, en el sofá, con la tele puesta de fondo. Era mi forma de inspirarme. Últimamente, mis diseños no habían sido demasiado sobresalientes.

Los meses siguientes fuero sobre ruedas. Mis diseños habían mejorado. Mi mujer había vuelto a quedarse embarazada. Todo era felicidad. El caso es que era demasiada felicidad. Una noche, mientras trabaja  sentí una presencia. Algo susurro en mi oído. ¿Eres feliz? Me aparté de un salto. Me había meado encima. Nunca había estado tan acojonado en mi vida. Subí a la cama y no conseguí dormir en toda la noche.

 

En los días que siguieron al susurro sentí la presencia varias veces, pero nunca de forma tan fuerte como aquella noche. Había pasado casi un mes desde el incidente, cuando otra noche, volvió a ocurrir. Una ligera brisa entró en el salón a pesar de estar todo cerrado. La felicidad no es gratis, debes pagarnos. Esta vez no salté. Sólo era cuestión de tiempo que volviese a suceder. Estaba seguro de ello. ¿Como que os tengo que pagar? Pero no obtuve respuesta. Esta vez si que pude dormir.

Al día siguiente recibí el premio al mejor cartel publicitario del año. Fue el primer cartel que diseñé al volver de Túnez. Al colgar el teléfono me di cuenta de lo que pasaba. Era la espada. Desde que había entrado en casa, todo iba bien. Éramos completamente felices. Me asusté de mi propia deducción. Quité la espada de encima del televisor y la guardé en el garaje.

 A la mañana siguiente, recibí otra llamada. Mi padre había muerto de un infarto. Tenía 57 años y se cuidaba mucho. La espada. Otra vez. Coloqué de nuevo la espada en el salón y nos fuimos al tanatorio. Cuando regresamos por la noche los niños se habían dormido en el coche. Desperté al mayor que subió tambaleándose hasta su habitación. Al pequeño, le cogí en brazos y le acosté. Le besé en la mejilla y cuando nuestras mejillas se separaban, dijo sus primeras palabras. La espada. Sus primeras palabras habían sido “La espada”. Las lágrimas brotaron de mis ojos, pero conseguí controlarlo. Esa noche no trabajé. Estaba demasiado asustado.

La noche siguiente decidí resolver el misterio. Me quedé trabajando. En realidad no hice nada, sólo esperaba. Tenemos hambre. No había sentido la presencia pero había escuchado la voz. ¿Hambre? No esperaba que me dijese eso. ¿Qué puedo ofreceros de comer? Dije sin mucha convicción. Almas. ¿Quieres seguir siendo feliz? No puedo daros almas, grité. Se repitió otra noche sin dormir.


El teléfono volvió a sonar, como iba siendo costumbre, por la mañana. Mi empresa había quebrado. Unas cuantas manos de cartas malas me dijeron. Al colgar, me quedé mirando a la espada. Sentía rabia, pero también tenia miedo. Mucho miedo.

La noche siguiente no tenía trabajo, pero aun así me quedé en el salón. Ni siquiera disimule trabajando. Me senté mirando la espada fijamente. Era realmente bonita. La funda, de “oro”, estaba adornada con una escritura que no entendía. Ni siquiera había visto unos caracteres semejantes nunca. Necesitamos almas. Me pilló de sorpresa. Estaba atrapado entre la espada y mis pensamientos. Almas jóvenes. Nos lo debes. Me levanté. Yo no os debo nada. Nunca os he pedido nada y nunca me habéis ayudado. Estaba histérico. El embarazo, el ascenso, los premios, la recuperación del cáncer de tu madre. Nos lo debes. Volví a mearme encima. Subí corriendo a la habitación. Desde entonces no he vuelto a dormir.

 

Vi el amanecer por la ventana de mi habitación.  Me levanté cuando sonó el teléfono. No me atrevía a cogerlo, pero al final lo cogí. Mi madre. Se había suicidado por que no soportaba la falta de mi padre. Lloré. Mucho.

Las almas de tus hijos. Esa noche, el mensaje fue claro. El susurro se dejo de indirectas y me hablo claramente. Mátalos con la espada. Mis ojos se posaron en el arma. Pensé que no podía hacer eso.

 
Mientras amanecía, empecé a vestirme. Mis dos hermanas iban a pasar por casa antes de ir al entierro. Queríamos ir todos juntos. No había terminado de vestirme cuando el teléfono hizo su aparición diaria. Lo cogió mi esposa. Mis hermanas habían tenido un accidente de tráfico mientras venían a casa. El coche cruzó la mediana e impactó de frente contra otro, matando de paso a dos jóvenes que volvían a casa después de una noche de fiesta.

No pude moverme del sofá en todo el día. Me senté cuando mi mujer me dio la noticia y de allí no me moví. Al llegar la noche, seguía tiritando. No había dejado de hacerlo desde la llamada. Necesitamos las almas. Necesitamos las almas. Necesitamos las almas. La voz no salía de mi cabeza. Mata a tus hijos. Mata a tus hijos. Mata a tus hijos. Me levanté, cogí la espada y subí las escaleras. Empecé con el mayor. Lancé un espadazo a la altura de su cabeza y esta se separó del cuerpo sin apenas resistencia. El filo se iluminó. Las lágrimas cubrían mi cara goteando hasta el suelo. Necesitamos más, no es suficiente. Más. Más. Más. Más. Entré en la habitación del pequeño.  Repetí el espadazo y el filo brillo de nuevo. Esta vez con un poco más de intensidad. Queremos al pequeño. Queremos a tu otro hijo. Si no nos lo das, serás desgraciado para siempre. Danos a tu hijo. Danos a tu hijo. Dánoslo ya. Entré en la habitación en la que dormía mi mujer. Nuestra habitación. Estaba embarazada de 7 meses. Tenía una barriga bastante prominente ya. Estaba preciosa. El fino filo penetro con facilidad en ella. La partí por la mitad sin apenas esfuerzo. La espada cortaba muchísimo. El filo se iluminó tanto que tuve que tirar la espada. Estaba cegado. Ahora tu. Ahora tu. Ahora tu. Completa tu obra. Sé feliz. Es la única forma. Comencé a gritar a ciegas. No veía nada. Me pareció distinguir la salida de la habitación y corrí hacia ella, pero era la ventana. La policía me encontró en la acera. El resto de la historia, ya la conocéis.

Veredicto, culpable. No tenga piedad por favor señoría.

 Publicado en relatos-cortos.com

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